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VALLDEMOSSA
-G. S.: La cima del peñasco dibuja sus contornos limpios sobre un cielo brillante, la palmera se inclina por si misma sobre los precipicios, sin que la brisa caprichosa desarregle la majestad de su belleza, y hasta el menor cactus desmedrado al borde del camino, todo parece mostrarse con una especie de vanidad para recrear la vista
A pesar de sus huracanes y de sus asperezas, Mallorca, llamada con justicia por los antiguos la Isla Dorada, es extremadamente fértil y sus productos son de calidad exquisita
TÍPICOS de MALLORCA
-G. S.: El principal comercio exterior consiste en almendras, naranjas y cerdos
Llegamos a Palma el mes de Noviembre de 1838, con un calor comparable al de nuestro mes de Junio. Habíamos salido de París quince días antes con un tiempo extremadamente frío... A este placer se juntaba el de recorrer una ciudad de mucho carácter, poseedora de muchos monumentos de primer orden en hermosura y en rareza
En Palma es necesario anunciarse y recomendarse a veinte personas de las más notables muchos meses antes para no quedarse en medio de la calle. Todo lo que pudo hacerse por nosotros, fue procurarnos dos pequeñas habitaciones amuebladas, o mejor, desamuebladas, en una especie de mal mesón, donde los extranjeros se han de dar por muy satisfechos si encuentran un catre con un colchón blando y rollizo como una pizarra, una silla de paja y, en cuanto a alimentos, pimienta y ajos a discreción. En menos de una hora pudimos convencernos de que si no nos mostrábamos encantados de esta recepción, se nos miraría con malos ojos, como impertinentes o remilgados, o se nos tendría piadosamente por locos; desgracia que tiene todo aquél que en España no está contento. El más insignificante gesto que hicierais al encontrar porquería en las camas o escorpiones en la sopa, os acarrearía el desprecio más profundo y levantaría universal indignación en contra vuestra. Nos guardamos, pues, muy bien, de quejarnos, y, poco a poco comprendimos a qué se debió esta escasez de recursos y esta falta aparente de hospitalidad. Además de la poca actividad y energía de los mallorquines, la guerra civil que trastornaba a España hacia mucho tiempo, había interceptado en esta época toda comunicación entre la isla y el continente; Mallorca había servido de refugio a cuantos españoles pudiera albergar y los indígenas encerrados en sus hogares, se guardaban muy bien de salir de ellos para buscar aventuras en la madre patria. A estas causas es preciso añadir la ausencia total de industria y el rigor de las aduanas que recargan todos los objetos necesarios al bienestar con un impuesto desmedido (1). Palma solo tiene cabida para un cierto número de habitantes y a medida que la población aumenta, como no se edifica, se aglomeran las gentes de un modo extraordinario. Nada se renueva en estas habitaciones. Excepto en casa de dos o tres familias, el mobiliario ha cambiado poco desde hace 200 años. No se conoce ni el imperio de la moda, ni el deseo de lujo, ni el de las comodidades de la vida. Hay apatía de un lado, dificultad del otro; y así se quedan. Se tiene lo estrictamente necesario, pero nada más. Así es que la hospitalidad no pasa de ofrecimientos. Hay una frase consagrada en Mallorca como en toda España para dispensarse de prestar cosa alguna; consiste en ofrecerlo todo. La casa y todo lo que contiene está a vuestra disposición. No podéis mirar un cuadro, tocar una tela, levantar una silla sin que se os diga con mucha cortesía: Está a la disposición de V. Pero guardaos muy bien de aceptar, pues aunque fuere un alfiler seria una indiscreción grosera. Cometí una impertinencia de´este género a mi llegada a Palma y creo firmemente que no me rehabilitaré jamás en el ánimo del marquHabía sido muy recomendado a este Joven león palmesano y creí poder aceptar su coche para dar un paseo. ¡Me lo ofrecieron de una manera tan amable! Pero al día siguiente recibí una esquela del marquesito que me hizo comprender que había faltado a todas las conveniencias y me apresuré a devolver el vehículo sin haberme servido de él. No obstante, he encontrado excepciones a esta regla, pero se trataba de personas que habían viajado, y que, conociendo bien el mundo, eran en realidad los ciudadanos de todos los países. Si otras se sentían inclinadas a la cortesanía y a la franqueza por la bondad de su corazón, ninguna (es necesario decirlo para comprobar la penuria que la aduana y la falta de industria han causado en este rico país), ninguna hubiese podido cedernos un rincón de su casa sin imponerse tales molestias y tales privaciones que hubiéramos sido verdaderamente indiscretos aceptándolo. Tuvimos ocasión de reconocer esta imposibilidad de su parte, cuando buscábamos sitios donde instalarnos. Era imposible encontrar en toda la ciudad una sola vivienda que fuera habitable. Una habitación en Palma se compone de cuatro paredes absolutamente desnudas, sin puertas ni ventanas. En la mayor parte de las casas burguesas no se usan vidrieras, y cuando uno quiere procurarse esta comodidad muy necesaria en invierno, es preciso mandar hacer los marcos. Cada inquilino cuando se muda (y no se mudan con frecuencia) se lleva pues, las hojas de las ventanas, las cerraduras y hasta los goznes delas puertas. Su sucesor se ve obligado a reponerlos, a menos de que no quiera vivir en pleno aire, gusto muy extendido en Palma. Por otra parte se necesitan seis meses al menos para hacer no solamente las puertas y las ventanas, sino las camas, las mesas, las sillas, todo en fin, por sencillo y primitivo quesea el mueblaje. Hay muy pocos obreros y los que hay no se dan mucha prisa, les faltan útiles y materiales. Hay siempre alguna razón para que el mallorquín no se apresure. ¡La vida es tan larga! Es necesario ser francos, es decir, extravagante y arrebatado, para querer que se haga una cosa enseguida. Y si habéis esperado ya seis meses ¿por qué no habéis de esperar otros seis? Y si no estáis contentos en este país, ¿por qué permanecéis en él? ¿Acaso os hemos ido a buscar nosotros? Muy bien podíamos pasarnos sin vuestra presencia. ¿Creéis haber venido aquí para trastornarlo todo? ¡Oh, de ninguna manera! Nosotros ¿comprendéis? dejamos decir y hacemos lo que nos place. — Pero ¿no hay nada para
— ¿Alquilar? ¿Qué es esto de alquilar muebles? ¿Acaso los tenemos de sobra para alquilarlos? — Pero ¿no los hay para vender? — ¡Vender! Antes sería preciso que los tuviéramos hechos. ¿Creéis que nos sobra tiempo para hacerlos sin que nos los encarguen? Si los queréis, mandadlos a buscar de Francia, ya que en ese país hay de todo. — Pero, para mandarlos a buscar a Francia es necesario esperar seis meses y pagar los derechos, y cuando se comete la tontería de venir, la única manera de repararla es volverse. — Esto es lo que os aconsejo, o bien tener paciencia, mucha paciencia; mucha calma, según expresa la sabiduría mallorquína, íbamos a seguir este consejo cuando, con muy buena voluntad seguramente, se nos prestó él flaco servicio de proporcionarnos una casa de campo para alquilar. Era la quinta de un rico burgués que, por un precio muy moderado para nosotros, pero bastante elevado para los del país (cerca de cien francos por mes) nos la cedía con todo su mobiliario. Como todas las casas de recreo del país, tenia camas de tijera o de madero pintada de verde, algunas compuestas de dos banquillos sobre los cuales se colocan dos tablas y un colchón delgado; sillas de paja; mesas de madera tosca; paredes desnudas bien blanqueadas con cal; y, por exceso de lujo, las ventanas con cristales en casi todos los dormitorios; en fin, a manera de cuadros, en la pieza que se llamaba el salón, cuatro horribles delanteras de chimenea como las que se ven en nuestros más miserables mesones de aldea, y que el Sr. Gómez, nuestro propietario, había tenido la candidez de poner en marcos cuidadosamente, como si se tratara de estampas preciosas, para decorar los muros de su mansión. Por lo demás, la habitación era vasta, aireada (demasiado aireada), bien distribuida y situada en un lugar muy alegre, al pie de montañas de fértiles laderas, en el fondo de un rico valle que cierran las amarillentas murallas de Palma, la masa enorme de su Catedral y el mar reluciente al horizonte. Los primeros días que pasamos en este retiro, los empleamos muy bien en paseos y dulces correrías, a las que nos convidaba un clima delicioso, una naturaleza encantadora enteramente nueva para nosotros. Jamás me he encontrado muy lejos de mi país aunque haya pasado gran parte de mi vida viajando. Era, pues la primera vez que veia una vegetación y un terreno esencialmente diferentes de los que presentan nuestras
Cuando llegué a Italia, desembarqué en las playas de la Toscana, y la idea grandiosa que me había formado de estas comarcas me impidió saborear su belleza pastoril y su gracia placentera. En las orillas del Arno, me creía sobre la ribera del Indre, y marché hasta Venecia sin asombrarme ni conmoverme por nada. Pero en Mallorca no pude establecer comparación alguna con otros sitios conocidos. Los hombres, las casas, las plantas y hasta los más pequeños guijarros del camino, tenían un carácter típiMis hijos estaban tan admirados que hacían colecciones de todo, y querían llenar nuestras maletas de aquellas hermosas piedras de cuarzo y de mármoles veteados de todos colores, de que están formados los muros de piedras secas que cierran todos los cercados. Así es que los campesinos, viéndonos recoger hasta las ramas muertas, nos tomaban por boticarios, o nos miraban como verdader
Notas: (1) Por un piano que trajimos de Francia se nos exigían 700 francos de derecho de entrada. Era casi el valor del instrumento. Quisimos reexpedirlo y no estaba permitido. Dejarlo en el puerto hasta nueva orden estaba prohibido; llevarlo fuera de la ciudad (nosotros vivíamos en el campo) a fin de evitar al menos los derechos de puertas que son distintos de los de aduanas, era contrario a las leyes; dejarlo en la ciudad a fin de evitar los derechos de salida, que son distintos de los de entrada no podía hacerse; arrojarlo al mar es cuanto podíamos hacer si es que teníamos derecho. Después de quince días de negociaciones obtuvimos que en lugar de salir de la ciudad por una puerta saldría por otra y con unos 400 francos pagamos los impuestos. (2) De la Bastida.Primera pPrimera Parte:
Hacía tres semanas que estábamos en Establiments cuando empezaron las lluvias. Hasta entonces habíamos tenido un tiempo inmejorable; los limoneros y los mirtos estaban todavía en flor y, en los primeros días de Diciembre, permanecí al aire libre, sobre una terraza, hasta las cinco de la mañana... En Mallorca el silencio es más profundo que en parte alguna
-M. P.: Después de soportar varios días de diluvio, uno de los viajeros enfermó gravemente
-G. S.: La casa del Viento (Son Vent), este es el nombre de la quinta que el señor Gómez nos había alquilado, se hizo inhabitable... recibimos una carta del terrible Gómez en la que nos decía, en estilo español, que teníamos una persona (Chopin), la cual tenia una enfermedad que llevaba el contagio a sus hogares y amenazaba prematuramente los días de su familia, en virtud de lo cual nos rogaba que desocupáramos su palacio lo más pronto posible. Sin la hospitalidad del cónsul de Francia, que hizo milagros para recogernos a todos bajo su techo, nos hubiéramos visto obligados a acampar en alguna caverna como verdaderos bohemios. Ocurrió otro milagro y encontramos un asilo para el invierno. Había en la Cartuja de Valldemosa un español refugiado, que se había escondido allí por no sé qué motivo político. Yendo a visitar la Cartuja, habíamos quedado sorprendidos de la distinción de sus maneras, de la hermosura melancólica de su mujer y del mueblaje rústico, y sin embargo confortable de su celda. La poesía de esta Cartuja me había trastornado la cabeza. Aconteció que la misteriosa pareja quiso abandonar precipitadamente el país y con tanto gusto nos cedió su celda amueblada como tuvimos nosotros en aceptarla
-M. P.: Acompañada por Isaac Turienzo recorrí en varias ocasiones Valldemossa y disfruté de la soberbia belleza de su Cartuja.
LA AVENTURA COMIENZA
Llegada a Valldemossa
En la imagen: Marian Pidal
En la imagen: Isaac Turienzo
M. P.
VALLDEMOSSA ACOGEDORA