martes, 26 de septiembre de 2023

DANZAS IMPOSIBLES: MANTONES DE MANILA Y PEINETAS.

MANTONES Y PEINAS,
BELLEZA PARA ENSEÑAR

 
MARIAN PIDAL





'Baile en el Café Novedades de Sevilla'
Joaquín Sorolla, 1914.


La temática flamenca ha sido llevada a la pintura por numerosos artistas españoles, particularmente entre el último tercio del siglo XIX y la primera mitad del XX. Entonces, el flamenco no tenía el reconocimiento artístico y social que atesora en la actualidad. Al contrario, se consideraba un arte menor interpretado por músicos de dudoso mérito y apreciado por señoritos cortijeros y 'gente de bronce', mayoritariamente.


Entre el trasegar de alcohol, la niebla del tabaco y alguna muchacha de compañía, los cantaores y tocaores se enfrentaban a un público, generalmente, más ávido de juerga que de cultura.


El baile flamenco, en apenas dos siglos de vida, ha recorrido un pedregoso camino a través de los escenarios más variados. Se ha refugiado en cuevas, patios de vecinos, botillerías y colmaos; ha saboreado la intimidad de las academias de baile, cafés, tablaos y peñas, y ha traspasado límites hasta asentarse en los grandes teatros y auditorios.

 

La figura del bailaor comenzó a profesionalizarse y a dignificarse a finales del siglo XIX en el marco de los cafés cantantes. En estos locales el cante y el toque arropaban y mimaban al baile, sin duda el principal atractivo de las veladas.


El café cantante servía de centro de tertulias, negocios y disfrute del flamenco. Los hubo destartalados pero también lujosos y sofisticados como el Eden Concert, El Villa Rosa, El Burrero, y el Novedades, entre otros muchos.


La técnica de los bailaores no ha cesado de evolucionar al tiempo que las indumentarias femeninas y masculinas, por el contrario, se han ido  simplificado.


Las pinturas y fotografías del último suspiro del XIX y la primera bocanada del XX reproducen la imagen de bailaoras con traje de faralaes, zapatos de tacón bajo, castañuelas o abanico, y mantones de Manila y peinas.

GALERÍA FOTOGRÁFICA


































Las peinas o peinetas se utilizaban como aderezo y embellecimiento de la bailarina, pero el mantón era algo más. Formaba parte indisoluble de la danza y se utilizaba solo en determinados palos atendiendo a un estudiado ritual.

 

Hoy, los figurines de las bailaoras tienden a facilitar los movimientos más que a adornar a las artistas. Suelen ser de línea sencilla y apenas incluyen volantes. Pero, por muy vanguardistas y rompedoras que sean las danzarinas, siempre que pueden incluyen en sus espectáculos algún número en el que sacan a relucir mantones y peinas espectaculares.




 







































JOAQUÍN SOROLLA Y BASTIDA,
27-II-1863, Valencia, España/
10-VIII-1923, Cercedilla, España.
Pintor.

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